Tomó parte activa en la rebelión de los claveles, que provocó la caída de la dictadura
Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
Sábado 19 de junio de 2010
Padezco de algo que se puede llamar el comunismo hormonal. Por ejemplo, las hormonas hacen que los hombres tengamos barba y las mujeres no. Bien, imagínese que hay personas que nacen con ciertas hormonas que las dirigen al comunismo y las pobres no tiene más remedio que ser así. Bien, ahí tiene el motivo por el que sigo siendo comunista, por una hormona que me impone una obligación ética
, así explicó José Saramago al periodista argentino Jorge Alperín los motivos de su filiación ideológica en un testimonio que este último plasmó en el libro Conversaciones con Saramago. Reflexiones desde Lanzarote, publicado en 2002 por la editorial Icaria.
El premio Nobel de Literatura 1998 hizo pública de manera oficial su simpatía por ese pensamiento político en 1969, cuando se afilió al Partido Comunista Portugués (PCP), que en ese entonces era ilegal.
Saramago tenía 47 años y una carrera periodística que se había distinguido por su activismo social. No sólo fue parte de la primera dirección que tuvo la Asociación Portuguesa de Escritores, sino como colaborador del Diario de Noticias padeció censura y persecución de la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar.
Una de las personas que fue fundamental en su militancia partidista fue Álvaro Cunhal (1913-2005), secretario general del PCP entre 1961 y 1992.
Sobre él, Saramago escribió en su blog el 31 de julio de 2009: “No fue el santo que algunos veneraban ni el demonio que otros aborrecían. Era, aunque no simplemente, un hombre. Se llamaba Álvaro Cunhal y su nombre, durante años, para muchos portugueses, era sinónimo de cierta esperanza.
Encarnó convicciones a las que guardó inamovible fidelidad, fue testigo y agente en los tiempos en que éstas prosperaron, asistió al declive de los conceptos, a la disolución de los juicios, a la perversión de las prácticas. Las memorias personales que se negó a escribir tal vez nos ayudarían a entender mejor los fundamentos del raquítico árbol a cuya sombra se acogen hoy los portugueses para digerir el palabrerío con que creen alimentar el espíritu (...) Algunas veces el militante que soy no estuvo de acuerdo con el secretario general que él era, y se lo dije. A esta distancia, si embargo, ya todo parece esfumarse, hasta las razones con que, sin resultados que se viesen, nos pretendíamos convencer el uno al otro. El mundo siguió su camino y nos dejó atrás.
Como miembro del Partido Comunista, José Saramago tomó parte activa en 1974 en la revolución de los claveles, el levantamiento militar del 25 de abril de ese año que provocó la caída en Portugal de la dictadura salazarista que dominaba el país desde 1926, la más longeva de Europa.
El fin de ese régimen, conocido como Estado Novo, permitió que las últimas colonias portuguesas lograran su independencia tras una larga guerra colonial contra Lisboa y que Portugal se convirtiera en Estado democrático.
Precisamente en su novela Alzado del suelo, publicada en 1980, el autor plasma la lucha por la libertad en pleno Estado Novo, a través del esfuerzo del campesinado del pobre Alentejo Portugués para extraer del suelo, mediante su duro trabajo diario, el fruto de una tierra que no era suya, sino que pertenecía al patrón.
Ahí explica cómo se pone en funcionamiento un sindicalismo agrario por parte de los campesinos que desemboca en acciones reivindicativas contra los abusos a los que son sometidos, siendo estas iniciativas duramente reprimidas por las fuerzas del orden.
La revolución de los claveles hizo posible la liberación de presos políticos, pero también el exilio de los líderes políticos de la oposición.
En 2008, fiel a sus convicciones, Saramago volvió a la carga con estas declaraciones: La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive
.
En su blog explicó que a la frase, deliberadamente provocadora
, la izquierda así interpelada había respondido “con el más gélido de los silencios. Ningún partido comunista, por ejemplo, empezando por aquel del que soy miembro, salió a la palestra para rebatir o simplemente argumentar acerca de la propiedad o la falta de propiedad de las palabras que pronuncié.
“Con mayor razón, tampoco ninguno de los partidos socialistas que se encuentran en los gobiernos de sus respectivos países, pienso sobre todo en los de Portugal y España, consideró necesario exigir una aclaración al atrevido escritor que había osado lanzar una piedra al putrefacto charco de la indiferencia. Nada de nada. Silencio total, como si en los túmulos ideológicos donde se refugian no hubiese nada más que polvo y telarañas, como mucho un hueso arcaico que ya ni para reliquia serviría.
“Durante algunos días me sentí excluido de la sociedad humana, como si fuese un apestado, víctima de una especie de cirrosis mental que provocaba que no diera pie con bola. Llegué a pensar que la frase compasiva que andaría circulando entre los que así callaban sería más o menos ésta: ‘Pobrecillo, ¿qué se podría esperar de él con esa edad?’ Estaba claro que no me encontraban opinante con la estatura adecuada.
“El tiempo fue pasando. La situación del mundo, complicándose cada vez más. Y la izquierda, impávida, seguía desempeñando los papeles que, en el poder o en la oposición, le habían sido asignados. Yo, que mientras tanto había hecho otro descubrimiento, el de que Marx nunca había tenido tanta razón como hoy, supuse, cuando hace un año reventó la burla cancerígena de las hipotecas en Estados Unidos, que la izquierda, allá donde estuviera, si todavía le quedaba vida, abriría por fin la boca para decir lo que pensaba del asunto.
“Ya tengo la explicación: la izquierda no piensa, no actúa, no arriesga ni una pizca. Pasó lo que pasó después, hasta lo que está ocurriendo hoy, y la izquierda, cobardemente, sigue no pensando, no actuando, no arriesgando ni una pizca. Por eso no es de extrañar la insolente pregunta del título: ‘¿Dónde está la izquierda?’ No doy albricias, he pagado demasiado caras mis ilusiones.”
Ayer, al enterarse del fallecimiento, el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal calificó a Saramago de comunista profundamente honesto
, mientras el Partido Revolucionario de los Comunistas de las Canarias lamentó la pérdida de quien compartió con ellos muchas causas por un mundo más justo
y lanzó un emotivo ¡adiós, camarada!
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