Minutos antes de que llegara el féretro con los restos de Carlos Monsiváis al Palacio de Bellas Artes, la actriz Jesusa Rodríguez coincidió en la explanada del recinto con el titular de la Secretaría de Educación Pública, Alonso Lujambio, quien recibiría al cortejo fúnebre, y le dijo: No tiene nada que hacer aquí, por respeto a Monsiváis. ¿Por qué se atreve a hacerlo?
Lujambio contestó: Por respeto a Monsiváis se tiene que ser tolerante. Ella increpó nuevamente al funcionario para que se retirara de la ceremonia. Lujambio se defendió argumentando que había sido amigo del autor de Los rituales del caosy que en varias ocasiones había conversado con el escritor.
La creadora escénica no desistió y le sugirió que de verdad leyera todo lo que Monsiváis había escrito sobre él, sobre la educación laica, sobre el gobierno panista y concluyó: el representante de Elba Esther Gordillo no tiene nada que hacer aquí.
En ese momento llegó el ataúd. El funcionario apresuró el paso para acompañarlo, seguido por Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA). Ya en el vestíbulo del palacio cubrieron el féretro con la bandera de México. Pero el periodista Jenaro Villamil se acercó, retiró el lábaro patrio y colocó un estandarte arcoiris, ante las muecas de molestia de Sáizar quien, sin embargo, no se atrevió a detenerlo.
Una bandera de la Universidad Nacional Autónoma de México también hizo su aparición, y así los tres emblemas arroparon la sencilla caja en la que permaneció el cuerpo de Monsiváis durante tres horas.
Los primeros en ganar turno en la guardia de honor fueron la titular del CNCA; Teresa Vicencio, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes; Joaquín Diez Canedo, quien encabeza el Fondo de Cultura Económica; Omar García, compañero de Monsiváis, y el secretario de Educación Pública.
En ese momento se escuchó en un par de ocasiones ¡fuera Lujambio!, de voz de Jesusa Rodríguez. El silencio se tornó tenso. Aún no se permitía el acceso al público; sólo estaban los funcionarios culturales, la familia del cronista y algunos intelectuales, quienes optaron por permanecer callados ante los reclamos de la actriz. Ni la vieron ni la oyeron.
Lujambio concluyó su guardia. Luego se dio la orden de dejar entrar a las personas y el funcionario se retiró antes de que comenzara el tumulto.
Jesusa consideró que el homenaje en el Palacio de Bellas Artes a Monsiváis fue una completa desorganización de gentuza aprovechada, lo cual fue más evidente al finalizar la ceremonia cuando, al salir del Palacio de Bellas Artes, cientos de personas rodearon la carroza fúnebre con los restos del escritor.
El vehículo, que logró subirse la escritora Elena Poniatowska, avanzó primero lentamente por la explanada para salir al eje Central Lázaro Cárdenas y posteriormente dirigirse al Zócalo.
Marta Lamas, Jesusa Rodríguez y la propia Consuelo Sáizar, así como cientos de personas que ovacionaban a Monsiváis, iban tras el auto. Sin embargo, al dar vuelta el vehículo en el Eje Central, aceleró, casi derrapando, custodiado por motociclistas de tránsito y de algunas televisoras, y dejó a la comitiva en medio de la calle.
El incidente irritó a todos los que deseaban acompañar la carroza fúnebre hasta el Zócalo. Jesusa de inmediato encaró a Consuelo Sáizar, quien argumentó: pues ahorita están dando la vuelta (al Zócalo), ya no supimos tampoco dónde quedó la familia.
Rodríguez le espetó: hay mucho desconcierto, habría de informarle a la gente para que se vaya al Zócalo.
Nerviosa, Sáizar dijo: pero no sé si lo vamos a alcanzar, eso es lo que yo también estoy tratando de averiguar, pero sí van a dar una vuelta al Zócalo.
Muchos se fueron caminando rumbo a la Plaza de la Constitución, pero a medio camino la carroza, a toda velocidad, ya venía de regreso. En el interior se pudo ver a Poniatowska, quien hacía señas de desconcierto.
En una charla posterior, Rodríguez aseguró que las autoridades culturales federales se quisieron “apropiar de Monsiváis, pero no lo lograrán, porque el escritor generó anticuerpos. Nunca había visto un cortejo fúnebre que fuera unarrancón de alta velocidad. La idea era que la gente lo acompañara hasta el Zócalo y estuviera unas horas con los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas, pero no nos dejaron”.
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