L
os libros de Svetlana Alexievich, premio Nobel de Literatura 2015, se caracterizan por una pasión: transmitir las voces de todas las personas que vivieron, como ella, la época histórica del comunismo soviético, vivencia que no se encuentra en los innumerables libros publicados. Hay una historia oficial que circula en los libros, y hay una historia que cuenta lo que verdaderamente se vivió.
Eltchaninoff le pregunta:
¿Qué queda de sus recuerdos?
Cierta desconfianza de la palabra impresa. Svetlana no escribe novelas, da la palabra a los actores de la vida real. Y lo real, para esta escritora, es el apego a la verdad y a lo justo. A diferencia de las
novelas históricaso de las
biografías ficticias, donde sus autores toman de la historia a sus personajes y reinventan sus vidas poniendo en sus bocas palabras que los protagonistas no pueden contradecir puesto que han muerto tiempo atrás, creándole hijos bastardos, Alexievich escribe de personas vivas, no las inventa, las representa tal cual son porque las visita y sabe escucharlas: Svetlana no se permitiría desfigurarlas con su imaginación. Más cercana al reportaje que a la ficción, la autora conversa con la gente, altos funcionarios del régimen en sus oficinas aterciopeladas o personas de los más diversos oficios populares en sus cocinas: ¿por qué en sus cocinas? “Las cocinas rusas… Esas cocinas miserables de los años 60, nueve metros cuadrados o incluso 12 (¡el gran lujo!), separadas de los excusados por una delgada pared. Un arreglo típicamente soviético… Laperestroika es la generación de las cocinas. ¡Gracias, Khrouchtchev! En su época la gente dejó los departamentos comunitarios y comenzaron a tener cocinas privadas, en las cuales se podía criticar el poder y, sobre todo, no se tenía miedo, porque se estaba en su casa.”
El destino del pueblo ruso ha pasado por cambios tan imprevisibles que Svetlana no pretende explicarlos. Así, escucha. Los testigos son numerosos: una polifonía.
Voy hacia el hombre para hallar su misterio, de alma a alma, porque todo sucede ahí, dice Alexievich. A diferencia de los historiadores que escriben la historia oficial, sin trazas de sentimientos, sueños o costumbres, Svetlana escucha a las personas en su vida diaria, con sus recuerdos dolorosos o tiernos, momentos de horror de la guerra, cuando, por ejemplo, una mujer prefiere ahogar a sus hijos que verlos caer en las manos de los nazis, alternados con momentos de ternura de recuerdos de amor.
La escritora busca descubrir en cada encuentro la esencia del alma rusa. Admiradora de Dostoievski, ve en sus personajes el alma de Rusia. ¿Qué es esa alma? ¿Cómo recuperarla? Porque, para Svetlana, el alma rusa, contra la cual ni siquiera el comunismo pudo atentar, se está perdiendo ahora aplastada por las leyes del mercado de la sociedad de consumo. Alexievich, hija de un comunista, habiendo pertenecido ella misma a la juventud comunista, satiriza y critica, no sin humor, a la sociedad soviética: intentaron sustituir al homo sapiens por el hombre ideal; lograron crear el homo sovieticus.Lúcida, a pesar de su rechazo absoluto al totalitarismo, no puede dejar de observar que, sin el totalitarismo estaliniano no se habría vencido a las tropas hitlerianas. Como sin ese absolutismo, los hombres que penetraron en mangas de camisa, a sabiendas de que pagarían con sus vidas esa incursión al interior del sarcófago de Chernóbil, salvaron a millones de habitantes. Los rusos estaban dispuestos a morir por principios más altos que la compra de un aparato de televisión, unos jeans o un auto. Cada quien, ahora, nota Svetlana, se preocupa de su vida personal, el alma rusa, esa pasión de poseídos, locura mística a la Dostoievski, va extinguiéndose frente al egoísmo de cada quien.
La escritura de Svetlana Alexievich es revolucionaria, vuelta al origen: el autor es sólo un transcriptor. Homero no ejerce otro oficio cuando deja la palabra a la Diosa y a los héroes.
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