martes, 21 de octubre de 2014

Huauclilla, Huauclilla.
Abel Ruiz López

Santiago Huauclilla está lleno de atractivos naturales. Existen en su entorno bosques, arroyos, cascadas, cuevas, reserva ecológica, fósiles y montañas impresionantes como Cerro Azul desde donde se divisa el Pico de Orizaba. Además, posee, en Pueblo Viejo, una importante zona arqueológica y  en la entrada del pueblo, a través de los años, se dio una notable arquitectura vernácula.
A escasos 20 kilómetros de Nochixtlán, Oaxaca, era la entrada a la Mixteca para los viajeros de principios y mediados del siglo XX que usaban el tren y descendían en El Parián. Santiago Huauclilla era un hervidero de arrieros y comerciantes llegados de diversas partes de la Mixteca, incluso de la Costa oaxaqueña que tenían que abordar el tren en El Parián.
“Había movimiento de viajeros a todas horas y hasta en la noche se vendían y se compraban mercancías”, recuerda un anciano de Huauclilla. Había mesones y casas donde se alojaban los viajeros con sus animales de carga, por lo que se cultivaban, además de maíz y trigo, plantas forrajeras como la avena y la alfalfa. Y había taller de talabartería y molinos de trigo, panadería y tiendas grandes. Ahora sólo quedan casonas adaptadas para ciertos residentes extranjeros.
También, en el siglo pasado, existió una empresa minera que explotó yacimientos de oro y tungsteno, pero se agotó el mineral y los inversionistas se retiraron de Huauclilla.
No obstante, el ánimo de los actuales habitantes encabezados por su presidente municipal, Rafael Bautista Montesinos, está en la cota más alta, y están haciendo todo lo posible para magnificar la vida comunitaria y así atraer a propios y extraños.
La fiesta patronal se realiza el 25 de julio, pero hay otras celebraciones pintorescas como el Día de Muertos y las Fiestas Patrias.

Luego de estar yo en el Grito de Independencia, admiré, al otro día, martes 16 de septiembre, el desfile y el programa cívico y cultural organizado por los profesores. Me alisté para ir a la reserva ecológica de Yata Ñuu pero sólo llegué al albergue municipal. No obstante, me reconforté, pues antes de retornar a la ciudad de Oaxaca, me comí un delicioso pan de pulque que bondadosamente me obsequió Martha, quien está muy orgullosa de ser de esta tierra. Me despedí de ella y al admirar el templo católico de cantera ocre, a través de los sabinos, me pregunté  si éstos habían sido sembrados durante la ceremonia de consagración, en el siglo XVII, o ya desde siempre señalaban el nacimiento del arroyo arbolado.

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