Huauclilla, Huauclilla.
Abel Ruiz López
Santiago Huauclilla está lleno de
atractivos naturales. Existen en su entorno bosques, arroyos, cascadas, cuevas,
reserva ecológica, fósiles y montañas impresionantes como Cerro Azul desde
donde se divisa el Pico de Orizaba. Además, posee, en Pueblo Viejo, una
importante zona arqueológica y en la
entrada del pueblo, a través de los años, se dio una notable arquitectura
vernácula.
A escasos 20 kilómetros de Nochixtlán,
Oaxaca, era la entrada a la Mixteca para los viajeros de principios y mediados
del siglo XX que usaban el tren y descendían en El Parián. Santiago Huauclilla
era un hervidero de arrieros y comerciantes llegados de diversas partes de la
Mixteca, incluso de la Costa oaxaqueña que tenían que abordar el tren en El
Parián.
“Había movimiento de viajeros a
todas horas y hasta en la noche se vendían y se compraban mercancías”, recuerda
un anciano de Huauclilla. Había mesones y casas donde se alojaban los viajeros
con sus animales de carga, por lo que se cultivaban, además de maíz y trigo,
plantas forrajeras como la avena y la alfalfa. Y había taller de talabartería y
molinos de trigo, panadería y tiendas grandes. Ahora sólo quedan casonas
adaptadas para ciertos residentes extranjeros.
También, en el siglo pasado,
existió una empresa minera que explotó yacimientos de oro y tungsteno, pero se
agotó el mineral y los inversionistas se retiraron de Huauclilla.
No obstante, el ánimo de los
actuales habitantes encabezados por su presidente municipal, Rafael Bautista
Montesinos, está en la cota más alta, y están haciendo todo lo posible para
magnificar la vida comunitaria y así atraer a propios y extraños.
La fiesta patronal se realiza el
25 de julio, pero hay otras celebraciones pintorescas como el Día de Muertos y
las Fiestas Patrias.
Luego de estar yo en el Grito de
Independencia, admiré, al otro día, martes 16 de septiembre, el desfile y el
programa cívico y cultural organizado por los profesores. Me alisté para ir a
la reserva ecológica de Yata Ñuu pero sólo llegué al albergue municipal. No
obstante, me reconforté, pues antes de retornar a la ciudad de Oaxaca, me comí
un delicioso pan de pulque que bondadosamente me obsequió Martha, quien está
muy orgullosa de ser de esta tierra. Me despedí de ella y al admirar el templo
católico de cantera ocre, a través de los sabinos, me pregunté si éstos habían sido sembrados durante la
ceremonia de consagración, en el siglo XVII, o ya desde siempre señalaban el
nacimiento del arroyo arbolado.
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