Sara Bellaneth Zárate Juárez*
Eran principios de verano, las jacarandas de
la ciudad de Oaxaca se veían preciosas a esa hora del día, era una mañana
fresca, el cielo estaba más azul que de costumbre, perfectamente despejado, el
olor a tierra mojada que dejó la lluvia de media noche aún estaba presente, el
clima era raro a veces.
Eran las 8 de la mañana cuando Pablo –de
cabellos rizados y negros, piel reluciente, bondadoso, simplicidad y energía en
el cuerpo- decidió levantarse para ir a la escuela, no había llegado a su
primer clase y se le hacía tarde para la siguiente, era estudiante de quinto
semestre, tenía 20 años, su juventud y vida tan ocupada lo orillaban a ignorar
muchas cosas; pasó como todos los días por la misma dirección, avenida de la
independencia, que lo llevaba a su teatro favorito, Macedonio Alcalá, su estilo
arquitectónico siempre lo dejaba impresionado; todos los días el mismo
recorrido, día y noche pasando por las mismas calles. Esa mañana de camino a su
parada de autobuses iba pensando en aquella persona que llamaba su atención,
los dos coincidían a la misma hora en el mismo edificio, pensaba en que esta
vez sí le hablaría, que esta vez sí sabría su nombre, que esta vez sí sería
valiente, esta vez sí… acababa de chocar con un hombre de tal vez unos 50 años,
él le sonrió de una manera diferente, bastante familiar, sin prestar atención a
lo sucedido siguió caminado.
El
día fue más aburrido de lo que hubiera esperado, a pesar de haber dormido una
hora más se sentía cansado, su horario lo obligaba a pasar 12 horas en la
escuela, cuando salía las cosas se veían diferentes, la calma de la ciudad era
agradable, al pasar por el andador turístico las cosas cambiaban
espantosamente, tomado de la mano con su mejor amiga iba observando la cantidad
de turistas de esa noche, se les veía satisfechos de estar en una ciudad tan
llena de alegría, una persona que era participe de la multitud de ese momento había
conseguido desconcentrarlo de lo que
observaba pues de manera casi violenta le tomaba una foto y se perdía en las
atracciones del lugar, pero su peculiar aroma permanecía unos minutos y como
magia se perdía también entre las luces amarillas de aquel andador, Pablo no solía prestar atención a situaciones tan
simples; siempre se le veía sonriente, era una de esas personas que te
conquistan sin querer hacerlo, tenía un olor a juventud que captaba la atención
de cualquier persona joven o no de inmediato.
Viernes
de esa semana se había encontrado a la persona que tanto le gustaba, le había
sonreído, y logró lo que nadie había logrado, esa sonrisa por más simple que
pudiera parecer, por más común que fuera lo hizo sentir tan pesado en ese
momento que no supo cómo reaccionar, su oportunidad, la primera, había quedado
brutalmente desperdiciada, todo el día pensó en esa hora, 11:45 de la mañana,
parado, sin hacer nada, ¿dónde habían quedado esos ánimos por hablarle?,
repasaba una y otra vez los gestos que había hecho, lo mal que se debió haber
visto, había pasado ya, no tenía más que hacer, eran las 7 de la tarde y era
hora de ir a su casa, por fin; esa misma noche se había detenido a comprar uno
de sus dulces regionales favoritos que tanto le gustaban, acción que lo llevo a
perder más de media hora, no estaba obscuro aun pero era tarde para llegar a
casa , sabía que era dichoso de vivir en una ciudad que lo tiene todo, en una
ciudad con bailes tan auténticos, sazones tan únicos, vistas tan bonitas y
aunque sabía que su estado no tenía tanto como los demás estados, tenía
autenticidad que se apreciaba en cada rincón de este; hacia 10 minutos que
había dejado al teatro Macedonio Alcalá, y seguía pensando en esa cartelera que
prometía tanto, caminaba como siempre pensando en lo que realmente le importaba
y cuando esto sucedía en su mente no cabían otro tipo de pensamientos, pero
esta vez se detenía en la esquina del jardín Carbajal, observo un poco y
continuo por su camino, al llegar a su calle parecía que en un acto de
complicidad infantil sus vecinos se habían quedado dormidos antes de las ocho
de la noche, sin prestar más atención que a la escasa luz que desprendía el
poste continuo a su casa sintió que alguien silenciosa y amablemente lo
acompañaba hasta ella, tan amable que no lo interrumpía de sus pensamientos,
tan silenciosamente que quizás había pasado desapercibido hacía ya algunas
cuadras, el caminar de aquel individuo era tan ligero que apenas y se distinguía
entre los ruidos de la noche, recordaba haber visto a la persona dueña de la
sonrisa de las 11:45 bajar por una calle vecina a la de él, y si quien lo
seguía era… no, no podía ser posible, ya era tarde para eso.
Ya
era sábado por fin, abrió sus ventanas y al ver hacia la calle pudo notar que en
su puerta habían dejado unas hermosas rosas rojas, sí, rojas; era raro porque
él no tenía hermanas, su madre era alérgica a las flores de manera que su padre
no era el que las había enviado, parecía ridículo, mandarle flores a un hombre
solía ser un acto poco común pero no se descartaba ¿eran para él? Después de
reírse un poco salió por ellas, su rostro cambio al darse cuenta que
efectivamente eran para él, eran rosas rojas de un rojo muy intenso, en ese
instante recordaba las palabras de su amiga con la que noches antes caminaba
por el andador, ella era florista y sabía que era verdad cuando le decía que el
color rojo es símbolo de atención, levanta el ánimo y
por lo mismo se considera un color apasionado, es el más excitante de los
colores y puede significar pasión, emoción pero también…agresividad y peligro,
y en rosas ¿amor para toda la vida?, ¿podrían ser un regalo de aquella
persona que lo había seguido la noche pasada?, pensó en lo maravillo que sería si fuera así.
El
lunes siguiente salió temprano de su casa, le había ganado al sol esta vez,
había muy pocas personas en la calle, el clima seguía siendo agradable, una
persona que subía por su calle, le dirigía unas palabras que jamás un extraño
le había dicho,
-¡Buenos
días Pablo!, que bien te ves esta mañana, el color azul marino te sienta
bastante bien, en especial esa sudadera, no regreses tan noche hoy.
Aquella
persona parecía estar haciendo ejercicio desde hace unos minutos, por su forma
de respirar no parecía haber hecho mucho esfuerzo, como si solo se hubiera
dedicado a subir y bajar la misma calle, una y otra vez como esperando algo, ¿era
tal vez un vecino? Le pareció amable, no ignoraba que ese color le favorecía,
pero ¿esa sudadera se la había visto antes?, se lo había dicho como si no fuera
la primera vez que lo hubiera visto. Cuando quiso volver a verlo él ya iba un
poco lejos pero por lo poco que recordaba le hacía pensar en alguien, sus
facciones, aquel cuerpo tan ágil que no parecía pertenecerle a una persona de
esa edad y esa pulcritud de quien envejece con elegancia, era como ver
nuevamente al pintor Rufino Tamayo por esas calles de coloridas casas. Su hora
favorita del día había llegado, tan feliz como siempre entró a la biblioteca,
ahí estaba ella, sentada como siempre en el mismo lugar, con la mirada tan
indiferente, pensó que se había delatado al quedarse viéndola por tanto tiempo,
el tiempo en verdad es relativo, solo habían pasado 2 minutos, y a él le habían
parecido 2 horas, no era mucho pero eso le basto para ruborizarse como solo él
solía hacerlo, se sentó en aquel lugar tan estratégico, donde ella podía ser
vista y jamás se percataría que la observaban, como siempre vio a todos los
ojos que estaban ahí, nadie la veía, solo él, solo a él le llamaba la atención,
a nadie más, que ventaja, pensó. Ella había salido rápido de aquel lugar y su
credencial se le había caído, Pablo la había recogido y cuando se la quiso
entregar ya iba muy lejos, supo entonces todo lo que quería saber, tenía un
nombre dulce, coincidían en edad aunque ella se veían más joven, la carrera era
distinta, eso siempre le había parecido más interesante. El resto del día se la
paso buscándola pero no la encontró, tenía que dársela en persona. Tal vez
mañana, pensó.
Al
día siguiente salió temprano de la escuela y acompañó a su amiga a adornar con
hermosas flores la catedral, mientras le contaba de las rosas que había
recibido se dio cuenta que con flores el interior de la catedral lucía aún más
imponente, ella sonrió pues nada le parecía más bonito que regalar flores, le
dijo que justo ese día le habían comprado dos ramos de flores similares en
distintas horas, una chica muy adorable y un señor cuya forma de actuar le
parecía embriagante, como por acto de magia, la chica de la
biblioteca se apareció, entraba por esas enormes puertas, el color de sus
mejillas delataba el clima de aquella hora, no perdió más tiempo, 15 minutos
fueron suficientes para devolverle su credencial e invitarla a caminar por esas
tan conocidas y transitadas avenidas. Ese día había sido el mejor, y esa no sería
su única cita, pero si sería la única persona con la que saldría, y tal vez
esos serían sus últimos recuerdos por suerte todos eran agradables.
No
recordaba que día había sido cuando volvió a encontrar rosas en la puerta de su casa, esta vez eran amarillas, es verdad que es un color brillante, alegre, que es el color del verano
y del sol pero puede significar egoísmo, celos, envidia, odio, por suerte
también risa y placer. Y en rosas ¿celos, envidia? La tarjeta decía “ya has salido mucho con
ella”
Regresaba a su casa pensando en esos días tan agradables que había
pasado con aquella chica cuando sintió pasos nuevamente detrás de él, en ese
momento se había dado cuenta que ese hombre era el mismo, con quien había
chocado aquel día en la parada de autobuses, el que le había tomado una foto en
el andador esa noche, el de la mañana que salía temprano de casa, su cara se le
hacía más familiar de lo que hubiera esperado, y recordando todas aquellas
salidas con la chica sintió como un sentimiento tan horrible le recorría el
cuerpo, ese rostro siempre había estado ahí, en las cafeterías, todas esas
tardes en el zócalo, en los parques, en las tantas visitas en el Alcalá.
Y de repente con una mirada de angustia vio por última vez la
puerta de su casa, no lo sabía pero presentía que no volvería a entrar jamás.
Lo tomaron del brazo violentamente, aquel hombre que efectivamente
lo había estado persiguiendo en ese momento se lo llevaba, para algo que
parecía un homicidio que tenía origen en un arranque de celos.
Pablo caminaba todas las mañanas por el mismo lugar sin percatarse
de quien lo observaba caminar, no era su culpa, los acosadores toman tiempo
para hacerse visibles.
Miércoles 9:00 a.m., el cuerpo sin vida de un joven estudiante
aparece desmembrado a orillas del rio Atoyac.
La chica que tanto le gustaba a pablo había pasado por ese camino
para ir a la escuela y lo había encontrado.
Al parecer lo habían dejado con una nota que denotaban celos
enfermizos “si no eres para mí no serás para nadie”.
*Estudiante del Taller de Creación Literaria del Instituto Tecnológico de Oaxaca
No hay comentarios:
Publicar un comentario