Abel Ruiz López
Quise hacerme un regalo de fin de año, y por eso acudí a
Chacahua en los últimos días de diciembre de 2016. La semana no fue suficiente
para disfrutar de sus dos lagunas, la bahía, el mar en sus tardes embravecidas,
pero que en temporadas tranquilas, llegan a desovar las indefensas golfinas.
También disfruté de los atardeceres y amaneceres, en el faro y en el campamento
de incubación de las tortugas que, después de horas de ver la luz son
entregadas al mar en ceremonias muy emotivas.
Desde el faro se tiene la sensación de ser un ave en vuelo en
medio del extraordinario paisaje acuoso. Por un lado el mar, y por el otro las
lagunas con sus numerosos canales donde se desplazan veloces naves repletas de
turistas. Y más allá, al norte, las montañas que se pierden en brochazos azules
y ocres.
Por la mañana salía acorrer por la bahía de arenas doradas y
luego, al retornar, veía extrañado las pisadas que seguían una sola línea, como
si sólo fuera de un pie.
Cerca de mi cabaña, en el comedor de doña Reina, conocía
cuatro francesas con las que departí
memelas con frijoles y queso y café. Querían llegar al faro y como yo
llevaba el mismo rumbo, las acompañé. Estuvimos hasta el crepúsculo y luego
bajamos y en la zona de palapas y restaurantes, bebimos agua de coco. Acá
acordamos cenar a las once de la noche en el restaurante de la isla.
Y así fue, pero nos tuvimos que retirar pronto porque a las
tres de la mañana teníamos que integrarnos a un grupo para admirar la
fluorescencia de la laguna de Chacahua.
Nos levantamos ya muy tarde. Así que tanto las francesas
como yo desayunamos separados. A propósito, ya me habían platicado que
partirían a medio día a Puerto Escondido, porque allí tenían una reunión. Por
ello, con toda intención, me hice el desaparecido y no me despedí de ellas. Es que
habíamos congeniado tan bien, que a decir verdad, no esperaba yo que se fueran
tan pronto. Es que, debo decir que eran bonitas y muy agradables, sensibles,
equitativas y cultas: “Ya pagaste, ahora nos toca a nosotras”, “venimos por ti
para cenar”, “Qué significa Chacahua”, y demás.
Para olvidar, me fui a buscar las pinturas rupestres que me habían
mencionado los lugareños. En efecto, en
medio de la maleza y el pedregal, las encontré. Me guie por las ofrendas de los
chamanes de las altas montañas que acuden a este escondite. Había velas y
veladoras, y semillas de cacao, al pie de la roca. Levanté la vista y la
respiración se detuvo. Ahí estaban, pero no eran pinturas sino petrograbados,
aunque quizá estuvieron pintados. Los pocos nativos que la conocen la llaman el
reloj, por la forma circular. Estuve bastante tiempo admirándola, pues estaba
yo ante los primeros libros de la humanidad. Para completar el recorrido, me fui
a la piedra del arco y enseguida al criadero de cocodrilos.
De verdad, no me alcanzó el tiempo. Cuando vuelva organizaré
con los lancheros un viaje de exploración al Cerro del Tigre, en donde existen
más petrograbados, y me reuniría con las autoridades del pueblo para
recalcarles que este paraíso oaxaqueño posee, además, inesperadas joyas
arqueológicas e históricas. Para que, cuando vuelvan las cultas francesas
puedan agregar a sus apuntes lo siguiente:
“Por el camino al mar, antes de llegar a la casa de los
mezquites y al pie del famoso cerro, escondido entre la maleza, existen
petrograbados hermosos y misteriosos. Entonces escucharán en canto de un gallo,
pero no es alucinación, es sólo el eco de un canto cotidiano”
Chacahua es de origen náhuatl y significa: En donde están
los que poseen camarón.
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