jueves, 15 de diciembre de 2011

A propósito de los libros
Aline Pettersson
En una semana tres políticos aspirantes a altos cargos en el gobierno de México se han tropezado con los libros. Esto ha suscitado innumerables opiniones en medios audiovisuales y escritos. Muchos de los comentaristas consideran irrelevante el asunto, en cuanto al conocimiento literario, no así en cuanto a la capacidad de reacción de los interfectos.

Lo que me parece interesante es que este resbalón no habla sólo de las personas, habla de la calidad de la educación que éstas recibieron. Es una prueba palpable de su muy escasa cercanía (digamos en la secundaria o preparatoria) con la lectura de libros. Supongo que fueron a escuelas diferentes, no sé si privadas u oficiales. Pero, para el caso, da lo mismo. Sucede que fueron sorprendidos in fraganti. Y es probable que gran parte de la audiencia habría estado en una situación similar, de habérsele preguntado lo mismo.

Hace muchas generaciones, ya que en el país la instrucción escolar (con excepciones) es mucho muy mediocre. La reducción de horizontes, de materias en los programas, la poca preparación de los maestros y la irresponsable o corrupta indiferencia de las autoridades educativas nos ha llevado a este triste estado de cosas.

La historia ha contado con políticos cultos: Julio César escribió (sin “negro”) La guerra de las Galias, y ya en estos tiempos nuestros, están, por ejemplo, el novelista Rómulo Gallegos, presidente de Venezuela, o el poeta Vaclav Havel, presidente de Checoslavaquia. No es aquí el sitio para ponderarlos, porque estoy cierta de que se buscan, para un dirigente, otro tipo de cualidades sin que sea bueno que campee en ellos la ignorancia. Y no tendría por qué ser así si en la educación básica se le ofrecieran al niño o al joven los elementos suficientes para permitirle un desarrollo más pleno en la vida adulta, cualquiera que fuera su elección profesional.

En una obra, tanto muy interesante como muy bien documentada, Superficiales, Nicholas Carr explora el hábito de la reflexión profunda, adquirido a través de los siglos por medio de la lectura de libros. La capacidad humana para abordar y luego sintetizar lo que se solía leer sin la ayuda, en el caso de los políticos, de las tarjetas o el teleprompter.

Es la cercanía con la lectura la que proporciona a las personas la posibilidad de una comprensión más amplia sobre lo que se enfrentan en la vida. Y ese acercamiento está muy ausente en las escuelas, según acabamos de constatar. Y tan es así, que la reacción de tolerancia de comentaristas televisivos (que se precian de seriedad) ante la ausencia del contacto con los libros, me ha dado mucho en qué pensar. Sorprendí un gesto no verbal, cómplice de la descalificación a la lectura, que no puede ser más que producto de la propia ignorancia escolar del conductor del programa. Quizá la actitud de estas personas me alteró más que los mismos tropezones de los políticos. Constaté, una vez más, que la deficiencia educativa es enorme y que se hace presente ante el pronunciamiento benévolo de apoyo a algo tan ridículo como no atinar con los libros. No se trata de los libros, se trata de la formación integral humana.
Tristemente, como es bien sabido, esto se inició en la Feria del Libro de Guadalajara que impulsa la aproximación a los libros. Y contribuyen, también al mismo asunto, programas gubernamentales y privados de fomento a la lectura. Y eso es algo bueno, pero, ya que la enseñanza escolar es tan limitada, vaya que sorprende en una feria el observar a alguien comprando un libro que no sea un bestseller escandaloso o un texto de autoayuda. ¿Y por qué sería de otra manera si los mismos maestros tampoco recibieron, en su momento, una educación adecuada más allá de llevarlos a cumplir posteriormente con un muy pobre programa escolar?

En este último tiempo, con la irrupción apabullante de los medios electrónicos, se pone sobre la mesa la desaparición del libro en soporte de papel. Sin embargo, no es en México, por lo pronto, éste el origen del problema. La educación adecuada y la cercanía con los libros han estado ausentes durante muchas decenas de años. Y con ellas, la capacidad de reflexión profunda, de la que habla Carr. Así, si la formación es mala y las posibilidades de crecimiento son tan pobres, aflora, inevitablemente, la vieja lacra de la corrupción que, desde luego, constatamos en todas las formaciones políticas. Es decir, los individuos suplen sus carencias con los medios, con tanta frecuencia efectivos, de los favores que deben pagarse de una forma u otra.

Me queda claro que el político actual (quizá así ha sido a lo largo del tiempo) no se va a poner a discutir de literatura con su homólogo extranjero. Sin embargo, si a la mención de Tocqueville, por ejemplo, nuestro mandatario busca con ansia la tarjeta que le ofrezca una respuesta decorosa a esta referencia, algo muy lamentable sucede con la educación del país que esta persona gobierna más allá de las banalidades que rodeen su vida.

Y, si el ciudadano común y corriente se conforma con una demagogia tan elemental, se debe a que en el sistema educativo, el desprecio por los libros, la entronización de la ignorancia en muchos medios audiovisuales, pero asimismo escritos, se nos han dejado caer de lleno.

Los ciudadanos carecemos, desde hace ya mucho tiempo, de las armas que nos permitan defendernos más allá de las armas de fuego que ahora han cobrado un primer plano. Un disparo de lecturas, que requiere de más tiempo que el de la pólvora, se proyectaría a mucho mayor escala y permanecería fulgurando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario