jueves, 13 de diciembre de 2018

Sheinbaum: el desafío de la capital


L
a nueva jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, recibe una metrópoli agobiada por una multiplicidad de problemas de índole local y nacional: la inseguridad, la corrupción, el deterioro ambiental, la crisis de movilidad, la desatada especulación inmobiliaria, el abasto de agua y las insuficiencias del drenaje y de otros servicios, entre los más importantes. Se trata de una problemática interconectada y muchas de cuyas soluciones se encuentran, parcial o totalmente, fuera del ámbito de la autoridad capitalina.
Algunos de estos fenómenos vienen de décadas atrás, en tanto que otros se acentuaron o se generaron en la administración de Miguel Ángel Mancera. Es el caso de la violencia delictiva y la descomposición imperante en la estructura del gobierno. El primero es actualmente el más acuciante, en tanto que el segundo ha tenido como consecuencia un perceptible rebajamiento en la calidad de vida de los capitalinos.
Aunque la lucha contra la corrupción y la recuperación de la seguridad pública no parecen ser tareas fáciles para ninguna autoridad, y menos en el grado de degradación al que han sido conducidos el país y su capital por los gobernantes anteriores, en estos terrenos, la nueva jefa de Gobierno tiene como circunstancia favorable la sintonía con el Ejecutivo federal, para el cual resulta igualmente prioritario limpiar las oficinas públicas de funcionarios corruptos y reconstruir la seguridad en todo el país.
Por lo que hace al control de la especulación urbana y a la proliferación de desarrollos habitacionales y comerciales fuera de toda norma y de todo sentido común, es evidente que la nueva jefa de Gobierno deberá hacer frente a los poderosos intereses financieros que se encuentran detrás de tales negocios y a los que la sociedad ha caracterizado, no sin razón, como la mafia inmobiliaria.
En estos y en otros terrenos, Sheinbaum se ha propuesto recurrir a la innovación como parte de los principios orientadores de su gestión y al uso intensivo de tecnologías. Por ejemplo, por lo que hace al abasto hídrico, su plan de gobierno establece la captación y aprovechamiento de aguas pluviales para diversificar las fuentes de agua de la ciudad, y uno de los proyectos más ambiciosos en materia de movilidad es la construcción de un teleférico (cablebús) que permita ampliar la capacidad del transporte público sin incrementar con ello la cantidad de unidades que compiten por el espacio en las superficies de rodamiento.
En términos generales, el plan de gobierno recoge la promoción y protección de los derechos de nueva generación, como los de género, de pueblos originarios y ambientales, y se plantea un giro en la acción de la autoridad de las políticas coercitivas a estrategias más eficaces. Es el caso de las fotomultas, las cuales se han venido aplicando con múltiples arbitrariedades e irregularidades, además de que han dado margen a un negocio particular tan jugoso como injustificable.
En este mismo espíritu debe saludarse la decisión inaugural de Sheinbaum de disolver el cuerpo de granaderos, una rama de la policía capitalina con un deplorable historial de represión a movimientos sociales. Con esa acción, se logra una demanda social que data de hace medio siglo, toda vez que fue uno de los puntos del pliego petitorio del movimiento estudiantil de 1968.
Para finalizar, con la toma de posesión de Claudia Sheinbaum como jefa de Gobierno, la izquierda ha vuelto al poder en la capital de la República, esta vez acompañada desde la Presidencia por Andrés Manuel López Obrador. Pero debe considerarse que las circunstancias actuales de Ciudad de México son mucho más difíciles y complicadas que en 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó la primera elección a ese cargo. Cabe esperar, por el bien de los capitalinos, que la nueva administración sea capaz de cumplir con todos los puntos de su programa.

Científica Sheinbaum contra ruda realidad

E
l principal reto de Claudia Sheinbaum consistirá en hacer un buen gobierno sin que se note demasiado. O, dicho de otra manera, que un eventual buen paso como jefa del gobierno capitalino no levante demasiadas tolvaneras internas en un partido y en un liderazgo presidencial que no aceptan más que una figura fuerte.
De entrada, la científica metida a la política tiene bastantes fichas a su favor: es la primera mujer en llegar a la máxima responsabilidad ejecutiva en la capital del país, goza del aprecio y la confianza plenas del jefe político, Andrés Manuel López Obrador, y del círculo más cercano a este (incluso en planos familiares); cuenta con mayoría en el Congreso local y podrá aplicar y potenciar algunos postulados de avanzada contenidos en la primera Constitución de Ciudad de México.
Su punto de referencia debe ser la gestión realizada por el propio López Obrador durante cinco años en que se sentaron las bases del crecimiento político y social que llevó al tabasqueño a Palacio Nacional, con signos característicos de honestidad en el manejo del dinero público y un marcado sentido social. En la épica obradorista, el periodo 2000-2005 fue fundacional, ejemplar, y así lo debe asumir la heredera.
El sucesor de AMLO, Marcelo Ebrard, cumplió en general (afectado por el caso de la línea 12 del Metro) y dio pasos fuertes en terrenos donde Andrés Manuel se había mostrado conservador, como la aprobación legal del matrimonio entre personas del mismo sexo y su derecho a adoptar hijos. Ebrard mantuvo una confrontación, incluso en el terreno judicial, con el máximo jefe de la ultraderecha mexicana, el cardenal jalisciense Juan Sandoval Íñiguez.
Antes, en 2007, al firmar la ley expedida por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para despenalizar la suspensión voluntaria del embarazo, Ebrard fue atacado por la jerarquía católica. El arzobispado primado de México, a cargo del cardenal Norberto Rivera, lo declaró fuera de la Iglesia, en una forma verbal con pretensiones de etiquetarlo como virtualmente excomulgado. Político que juega a ser dictadorzuelo y que ha puesto en riesgo su alma y salvación eterna, le dijo ese arzobispado a Ebrard (nota de Juan Balboa y Gabriela Romero en La Jornadahttps://goo.gl/WG68xy ).
Pero, ahora, la científica Sheinbaum recibe una administración y una realidad degradadas. Por una decisión cupular de López Obrador y Ebrard, en 2012 fue designado Miguel Ángel Mancera como candidato de la izquierda a la sucesión. Con un comportamiento social esperanzado y con mínima crítica izquierdista, igual que sucede actualmente con algunas decisiones de esa misma izquierda partidista llegada al poder presidencial, Mancera fue instalado como gobernante.
La administración de MAM fue pésima. Se mantuvo en constante coqueteo y entrega con Enwrique Peña Nieto. Sus referentes fueron las élites económicas y políticas, dejando el manejo político de lo cotidiano a una camarilla en la que destacó un personaje tenebroso, Héctor Serrano, quien fue secretario de Gobierno y, al final, secretario de movilidad, truculento encargado de construir en efectivo la presunta candidatura presidencial de Mancera.
Ante el cúmulo de problemas graves que hereda de la administración de Mancera y del tramo final ejercido por José Ramón Amieva, y de la insuficiencia presupuestal para resolverlos de fondo, Sheinbaum tendrá que desplegar artes políticas de las que no ha dado una magistral muestra hasta ahora, caminante exitosa porque una mano superior la ha ido guiando. No es carismática y algunos de sus cercanos la describen un tanto ansiosa por desentenderse de las grillas, deseosa más bien de navegar con asepsia técnica entre planes y programas.
Medidas como la supresión del cuerpo de granaderos y de las fotomultas generan una primera impresión positiva para la nueva gobernadora. Pero el cambio de fondo habrá de demostrarse, por dar dos ejemplos, en terrenos como la honestidad en la relación con las inmobiliarias y el castigo a corruptos (Mancera no propició el triunfo de Morena).

Sheinbaum desaparece a granaderos y fustiga a los gobiernos que espían

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Periódico La Jornada
Jueves 6 de diciembre de 2018, p. 31
Tras rendir protesta ante el pleno de diputados del Congreso capitalino, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, hizo realidad –después de 50 años– la petición del movimiento del 68 de desaparecer el cuerpo de granaderos y se comprometió a acabar con los abusos y poner fin al espionaje político al que se dedicó la anterior administración.
Ante el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, gobernadores y ex titulares del gobierno capitalino, alcaldes e integrantes de los sectores político, social, económico, judicial y cultural, expresó que la disolución del cuerpo de granaderos es una obligación con la historia de la ciudad y con su generación.
La policía está para cuidar al pueblo y no se requieren cuerpos para reprimirlo, expresó Sheinbaum desde la tribuna del recinto legislativo, tras señalar que a partir del primero de enero los granaderos pasarán a formar parte de un nuevo agrupamiento, que se creará para ayudar en tareas de protección civil.
Confió en que a corto plazo se retome el camino de la seguridad en la capital del país, tras señalar que la polícia se encargará de la labor preventiva y se trabajará con la Federación en la coordinación y la inteligencia.
Después de leerse el bando que la declara jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Sheinbaum pronunció un discurso, en el que agradeció a su antecesor, José Ramón Amieva, por su colaboración en el proceso de transición, pero arremetió, sin nombrarlo, contra el ex jefe de Gobierno capitalino Miguel Ángel Mancera –ausente en la ceremonia–, al criticar el rumbo que tomó la ciudad en los años recientes.
Se abandonó el servicio público, y en su lugar el gobierno se dedicó al espionaje político, al interés clientelar; regresó la corrupción, la inseguridad y se traicionó la democracia, expuso.
Esbozó lo que será su plan de gobierno, aseguró que se restablecerá la democracia y la libertad política, y apuntó que los capitalinos tendrán en ella a la mejor aliada, a quienes dijo: No les vamos a fallar.
Más tarde, Sheinbaum se dirigió al Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, donde tomó protesta a los integrantes de su gabinete y pronunció un segundo discurso, en el que se describió como hija de la generación de 1968, que reconoció la fuerza de la movilización social para la defensa de derechos y libertades. Esta no es una historia personal, es la historia reciente de la Ciudad de México, que pasó del desafuero a la Cuarta Transformación.
Allí anunció la cancelación de los contratos de concesión de los Centros de Transferencia Modal, en particular se refirió al de Constitución de 1917, y mencionó la construcción de tres puentes vehiculares en la zona del aeropuerto, Circuito Interior y Periférico, los cuales, dijo, son indispensables.
Dijo que habrá un ahorro de 25 mil millones de pesos por distintos conceptos, como el recorte de mil 712 plazas de estructura y 32 por ciento del presupuesto para las de honorarios, que significará un ahorro de mil 800 millones de pesos.
Reiteró sus compromisos de campaña y programas que presentó ene el periodo de transición; además de que se someterá a una consulta de revocación de mandato.
Dijo que se acabó el maltrato y acoso a los bomberos y se reinstalará a quienes fueron despedidos por motivos políticos, e hizo una solicitud amable a la procuraduría para que se reúna con los familiares de las víctimas del sismo, en específico del colegio Enrique Rébsamen, para hacer justicia.

lunes, 3 de diciembre de 2018

López Obrador desmenuzó fracasos de predecesores

Periódico La Jornada
Domingo 2 de diciembre de 2018, p. 5
Cinco o seis diputadas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) intentaron el homenaje póstumo. ¡Enrique, Enrique!, gritaron. Peña Nieto, el fallido salvador de México, se hizo meme en cinco segundos. Su cara decía que no estaba para pliegos de mortaja –Carlos Hank dixit–, porque lo suyo era la mirada de angustia, la desesperación gestual, un ya-me-quiero-largar que daba pena.
Los críticos de Andrés Manuel López Obrador y de sus defensores en el debate público pueden juzgar los grados de dificultad de las maromas. Pero el campeón en el deporte de tragar sapos, en su despedida, fue el hijo predilecto de Atlacomulco.
López Obrador le agradeció en dos líneas no haber metido mano en la elección. Corrida la cortesía, equivalente al típico con todo respeto mexicano que antecede a la golpiza, Peña Nieto, los miembros de su gabinete y la clase política priísta –o lo que de ella pudo llegar al Congreso– aguantaron con disciplina digna de los mejores tiempos del presidencialismo el juicio de un régimen que se desvanece sin la suavidad de las palmaditas que el Niño Verde da en la espalda a Enrique Ochoa Reza, uno de los últimos gerentes del PRI.
Los panistas y los perredistas se hermanaron con banderitas en sus curules. Los priístas fueron los convidados de palo, los que escucharon sin pestañear al nuevo presidente de la República y su juicio sobre 36 años de neoliberalismo, periodo que culmina con el fracaso de un modelo económico y, se arrancó López Obrador, en el cual predominó la más inmunda corrupción pública y privada.
Y más: Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo.
Los priístas eran los convidados de palo. Los panistas callaban sobre Cuba –en todo caso, en su lógica, la hermana mayor del desastre venezolano– y pegaban con cinta canela una manta con la foto de Nicolás Maduro: No eres bienvenido.
Apenas pasada la elección, Tulio Hernández, un intelectual venezolano en el exilio –salió de su país tras una amenaza directa de Maduro– caminaba por estas tierras y miraba las primeras decisiones de López Obrador. Decía que las noticias chocan con la atmósfera apocalíptica creada en las redes por gente de bien de la oposición venezolana que casi me hace creer que México estaba al borde del colapso.
Qué le hace. Por así convenir a los intereses de un partido cerca del abismo, los panistas dirigieron sus baterías al repudio a la presencia de Maduro en la toma de posesión y, en los días previos, llegaron al punto de sacar, en el recinto de San Lázaro, una imagen de López Obrador disfrazado de Hugo Chávez.
Su anterior visita
López Obrador no quiso recordarles su anterior visita a San Lázaro, 13 años y siete meses atrás. Porque fue aquí que, antes de ser sometido al desafuero, se dirigió así a los legisladores del PRI y el Partido Acción Nacional (PAN): Con sinceridad les digo que no espero de ustedes una votación mayoritaria en contra del desafuero. No soy ingenuo. Ustedes ya recibieron la orden de los jefes de sus partidos y van a actuar por consigna, aunque se hagan llamar representantes populares. Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia. ¡Viva la dignidad!
El larguísimo periodo de transición dejó poco espacio para que López Obrador expusiera temas nuevos. Lo suyo fue el juicio a un modelo económico y sus personeros, la reiteración de que la Cuarta Transformación es en esencia el fin de la corrupción y una reiteración de proyectos y promesas que ha ido hilvanando a lo largo de cinco meses.
Apenas se refirió a su apuesta por el perdón cuando Emilio Álvarez Icaza y Gustavo Madero retomaron en carteles las demandas de las víctimas y se plantaron bajo la tribuna.
López Obrador los vio, igual que oyó los gritos de la bancada del PAN, pero no se salió de sus líneas salvo cuando los panistas mostraron los carteles que demandaban la reducción de los precios de las gasolinas. “Ahora resulta…”, les dijo, en referencia a la votación del PRI y el PAN que condujo al aumento sostenido de los precios de los combustibles.
“No habría juzgados ni cárceles suficientes, y lo más delicado, lo más serio, meteríamos al país en una dinámica de fractura, conflicto y confrontación, y ello nos llevaría a consumir tiempo, energía y recursos que necesitamos para… la construcción de una nueva patria, la reactivación económica y la pacificación del país”, decía López Obrador, y los panistas le respondían –mundo al revés– con el ya célebre conteo que va del uno al 43 en referencia a los muchachos de Ayotzinapa.
Incluso ellos, sin embargo, aplaudieron cuando el flamante presidente reiteró que este mismo día se instalaría la comisión que se encargará de encarar ese doloroso tema.
El largo discurso de López Obrador ganó gritos en contra de quienes ahora están en minoría y aplausos cada vez que se refirió a terminar con males que hereda: la mal llamada reforma educativa, la crisis de salud pública, los salarios miserables, los migrantes como principal fuente de ingresos del país, la tragedia de los damnificados por los sismos y un largo etcétera.
Entre los invitados especiales estaba el guerrerense Lucas Benítez, dirigente de los jornaleros del jitomate en Florida que ha vencido a los gigantes de la comida rápida en Estados Unidos. Se dijo emocionado de vivir este día y sólo lamentó que en el restaurante que su esposa administra en el otro lado nadie pidió de comer hasta que terminaron de escuchar el discurso del nuevo presidente de México.

AMLO: la gente, prioridad de gobierno

S
ería imposible resumir en este espacio todos los asuntos abordados por el presidente Andrés Manuel López Obrador en el discurso de toma de posesión que pronunció ayer, frente a una clase política reconfigurada y decenas de representantes internacionales, en el Palacio Legislativo de San Lázaro y en su alocución, horas más tarde, en el Zócalo capitalino, ante el pueblo llano.
Si algo sintético puede destacarse de ambos mensajes presidenciales es la determinación de cambiar drásticamente la orientación de un poder político que por más de tres décadas ha estado dedicada a beneficiar a los intereses corporativos privados –y de paso, por medio de la corrupción y el dispendio, a los funcionarios públicos– para ponerlo al servicio de la población y particularmente de sus sectores más vulnerables, desatendidos y agraviados por los gobiernos del ciclo neoliberal: campesinos, asalariados, pueblos indígenas, mujeres, jóvenes, adultos de la tercera edad y personas con discapacidad, pero también profesionistas, pequeños empresarios, comerciantes e informales que han pagado los saldos catastróficos del modelo neoliberal.
En el recinto legislativo el nuevo mandatario formuló una crítica del viejo régimen oligárquico tan implacable como irrebatible para, a continuación, exponer los lineamientos de su nuevo gobierno, los cuales han sido ya dados a conocer. Si algo tuvieron la crítica y la propuesta de novedoso es que fueron pronunciadas no por el luchador social, el dirigente opositor o el candidato en campaña, sino por el titular del Ejecutivo federal, lo que las convierte en un parteaguas de la vida económica, política y social del país.
Horas más tarde, en la Plaza de la Constitución, López Obrador participó en un ceremonial distinto al de la toma de protesta y la recepción de la banda presidencial: una representación de los pueblos indígenas lo ungió como líder en un ritual en el que participaron los cientos de miles de asistentes al encuentro. Debe hacerse notar que ayer, por primera vez en la historia del México independiente, un jefe de Estado se somete al mandato de los pueblos originarios en un acto público tan relevante como el que tuvo lugar ayer en la plaza principal del país. Así, si por la mañana el nuevo presidente prometió cumplir y hacer cumplir la Constitución, por la tarde se comprometió a mandar obedeciendo; si la institucionalidad política obtiene de los símbolos buena parte de su fuerza, esta integración inédita de formulismos debiera marcar el inicio histórico de una nueva praxis gubernamental en materia de derechos de los pueblos indígenas.
Posteriormente el mandatario formuló una larga lista de objetivos y metas gubernamentales, en lo que constituye una apuesta audaz y arriesgada no para atemperar las expectativas de la sociedad en torno a su gobierno sino, por el contrario, para elevarlas. A lo que puede comprenderse, López Obrador está dispuesto a adoptar la presión social como viento impulsor de su gobierno, y cabe esperar que el desafío funcione.
Para terminar, al poniente de esos dos epicentros de la toma de posesión, San Lázaro y el Zócalo, los actos inaugurales del nuevo gobierno tuvieron un tercer escenario: la antigua residencia oficial de Los Pinos, que ayer mismo fue abierta a la población y que recibió en su primer día a decenas de miles de visitantes.
Aunque el nuevo Presidente no acudió, esa apertura tuvo también el carácter de un deslinde inequívoco ante la frivolidad, el derroche y el lujo en el que se acostumbraron a vivir sus antecesores, y cuya exhibición dio lugar, ayer mismo, a una avalancha de memes en las redes sociales que dieron cuenta del divorcio entre los gobernantes y el resto de la sociedad, ilustrativo de la insensibilidad, la sordera y la arrogancia del grupo en el poder que fue derrotado el pasado primero de julio. Ojalá que esa exposición sirva para impedir que ese divorcio se presente de nuevo en el país y que la ciudadanía no vuelva a aceptar nunca a gobernantes ricos en un pueblo pobre.

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