Alondra Flores Soto
Periódico La Jornada
Martes 25 de septiembre de 2018, p. 6
Martes 25 de septiembre de 2018, p. 6
Sin temor, con ambición evolutiva y fuera de limitaciones, el pintor Daniel Lezama celebra 20 años de trayectoria con obra reciente en la exposición Crisol, que reúne lienzos de gran formato, novedosos en la claridad de colores y en la búsqueda ya no de la identidad mexicana, sino en una alquimia personal que regresa hasta la memoria de la infancia en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, visten los salones de la galería Maia Contemporary, donde reposan también esculturas en bronce, las primeras con las que incursiona en esta técnica.
‘‘Es una pintura más interior”, relata Lezama (Ciudad de México, 1968), en entrevista con La Jornada.‘‘Presento los procesos mentales de cuando creo personajes, es un autoanálisis, el resultado de pelearme conmigo mismo por muchos años”, añade quien también cumple medio siglo de vida.
De los lienzos que cubren casi por completo los muros del recinto, la mayoría son de reciente creación.
‘‘El deber de un artista es reinventarse, dar algo sorprendente de sí, para sentirse vivo. Si las cosas han cambiado en tu vida, también debes presentar un mundo nuevo en el trabajo, entrar en lo más peligroso y difícil. Ese ha sido un reto para mí.”
En su opinión, hoy las ganas de proponer cosas nuevas en la pintura están ausentes. ‘‘La mediosfera del celular, del Internet, de las imágenes virtuales y el video han hecho que la ambición de crear algo de la nada se reduzca. Mientras más rara sea la pintura, más valiosa y apasionante será”. Sin embargo, considera, ‘‘los artistas se limitan mucho”.
Grabados y esculturas
Una veintena de pinturas en gran y mediano formatos, además de grabados y esculturas integran la exposición en esa casa con reminiscencias porfirianas ubicada en Colima 159, colonia Roma, donde concluirá el 4 de noviembre.
‘‘Un cuerpo de obra completamente renovado”, resultado de un proceso lento que se inició al menos desde 2011. El creador habla de un ‘‘naturalismo extraño, una ficción creíble”, con imágenes más complejas.
El tema de la identidad de lo mexicano, ‘‘verdadero tabú” tan presente en su obra, ahora ha cambiado hacia la introspección: ¿por qué soy?, ¿de dónde vengo? ‘‘Es una visión interior, aunque me considero completamente mexicano”.
Cuerpos que se transforman, personajes sin cabeza fusionados con frondosas copas de árboles, flujos en energía, una especie de alquimia de seres, objetos y naturaleza son parte de esta transformación pictórica que se ha cristalizado. Carne humana, desnuda y abundante está más presente que nunca.
El gran formato es otra continuidad, aunque difícil de vender y trabajar, explica Lezama, ‘‘pero es donde uno puede entrar por su casa. En los cuadros de ese tamaño te internas emocional y físicamente”.
La obra reciente se inscribe en un proyecto más grande, La compañía.Surgió al tocar un punto de la infancia, ‘‘completamente mexicana y misteriosa”. El recuerdo de una visita a las ruinas de la compañía de papel San Rafael en el Iztaccíhual originó los nuevos mundos pictóricos. De esa fábrica de días porfirianos recorrida de niño, casi hasta la nieve que cubre a la mujer dormida, de la naturaleza recuperando su territorio marcada por la industria abandonada nació la nueva alquimia condensada en los cuadros de Daniel Lezama.
‘‘Antes trabajaba sobre un fondo cálido muy barroco que permitía hacer mis cuadros muy armónicos, pero limitaba mucho la paleta de claros y colores intensos”. Aprender otros procesos, como la técnica de grabado de monotipo, le enseñaron el uso del fondo blanco en la pintura, ‘‘algo a lo que le tenía mucho resquemor”, refiere.
‘‘Para decir cosas nuevas necesitas nuevas herramientas, o usar lo que dejaste arrumbado, como el color o el fondo blanco, romper planos. Ahora he llenado una necesidad”, sostiene Lezama, quien se retrata en sus cuadros como un testigo o un controlador.